Originalmente popularizado por Tomás Moro en 1516, el término “Utopía” nos remite casi de inmediato a la noción de lo ideal, lo perfecto, lo funcional y lo deseable. Todo esto, bajo el paraguas de lo imposible y hasta lo imaginario.
Si se trata una mera ilusión ¿Qué caso tiene evocar un concepto así? Ante todo, cabe aclarar que no es un ejercicio meramente fútil, sino todo lo contrario. Así lo demostró el escritor uruguayo Eduardo Galeano, quién tuvo la inventiva y sagacidad necesaria para entregar al mundo de lo tangible un auténtico decálogo de ideales cada vez más necesarios en nuestra modernidad convulsa.
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A grandes rasgos la idea parte de un contexto ficticio donde se ha alcanzado un progreso irrealizable. Un orden social y político en donde la vida se desarrolla en paz y sin las complicaciones propias de los sistemas rotos que han regido al mundo una y otra vez a lo largo del tiempo. De forma paralela, también nos aleja de la visión fatalista que describe la historia de la humanidad como un bucle infinito de errores y atrocidades mil veces repetidas.
Fue precisamente a partir de estos conceptos, que el maestro Eduardo Galeano consiguió la materia prima para dar forma a uno de sus más grandes poemas.
Y es que todos tenemos derecho al delirio, a dejar volar la imaginación y construir mundos de fantasía donde alcanzamos nuestros más profundos anhelos, aun cuando en la realidad parezcan poco menos que inalcanzables.
Sin el afán de realizar un análisis pormenorizado del escrito de Galeano, se rescatan aquí algunos pasajes destacados:
¿Qué tal si empezamos a ejercer el jamás proclamado derecho de soñar?
¿Qué tal si deliramos, por un ratito?
Al fin del milenio
Vamos a clavar los ojos más allá de la infamia
Para adivinar otro mundo posible
Los economistas no llamarán “nivel de vida” al nivel de consumo
Ni llamarán “calidad de vida” a la cantidad de cosas
Los cocineros no creerán
Que a las langostas les encanta que las hiervan vivas
Los historiadores no creerán
Que a los países les encanta ser invadidos
Los políticos no creerán
Que a los pobres les encanta comer promesas
La perfección… La perfección seguirá siendo
El aburrido privilegio de los dioses
Pero en este mundo, en este mundo chambón y jodido
Cada noche será vivida como si fuera la última
Y cada día como si fuera el primero
Tras leer el poema de Galeano, muchos experimentarán la “nostalgia de lo que no fue, ni será”, sin embargo, no deja de ser una lección reveladora que nos permite desprendernos un poco del letargo de la cotidianidad para reivindicar -o tratar de remendar- nuestra actitud hacia la vida y hacia los demás.
Bien vale la pena mencionar que no importa si estas realidades de ficción son propias o ajenas. En eso también coincide el escritor William Somerset Maugham, quién reconoció en la lectura un refugio contra casi todas las miserias de la vida.